27 de marzo de 2010

Para los miedosos de la telefonía móvil

Nadie dijo que la ciencia no fuese dura. En el futuro quizás tenga que exiliarme de forma obligatoria en el extranjero por un año, y uno de los lugares que estuve mirando fue el King's College de Londres. Finalmente está descartado pero os traduzco una de las investigaciones que han publicado en su boletín anual. Me la topé mientras miraba en la web del Institute of Psiquiatry para ver qué hacían. Muy útil en las reuniones sociales porque el número de magufos con los que te encuentras es directamente proporcional a la tirria que tienes a la gente pedorra.

Los informes acerca de la sensibilidad electromagnética -síntomas como dolor de cabeza, náuseas y sensación de hormigueo, causados por los aparatos eléctricos - causados por los aparatos eléctricos- se han incrementado dramáticamente en Gran Bretaña en los últimos años. Se estima que el cuatro por ciento de las personas en el Reino Unido tienen estos problemas sin explicación médica cuando viven cerca de las líneas eléctricas o de las antenas de telefonía móvil, o cuando usan computadoras y teléfonos móviles,por ejemplo.

La Unidad de Investigación sobre Telefonía móvil en el Institute of Psichiatry lleva a cabo un programa de investigación para obtener más información acerca de los síntomas atribuídos a las señales de telefonía móvil y otros campos electromagnéticos.
El trabajo se realiza con el apoyo de becas de investigación del programa de Telecomunicaciones Móviles e Investigación en Salud del Reino Unido.

Y hasta ahora, los estudios han encontrado que las personas que se quejan de los síntomas cuando usan teléfono móvil no reaccionan de forma diferente a señales genuínas o falsas en las sesiones de prueba.
Un estudio llevado a cabo por la Unidad demuestra que el 63 por ciento de los participantes que dijo que reaccionaron a los teléfonos móviles creía que una señal estaba presente cuando en realidad no lo estaba. Estas señales falsas dispararon síntomas de la misma manera que las señales de telefonía móvil auténticas durante las sesiones de pruebas, realizadas en condiciones de "doble ciego", cuando ni los investigadores ni los participantes sabían si las señales estaban siendo transmitidas o no.

"No encontramos pruebas que indiquen que la sensibilidad autoevaluada a las señales de los teléfonos móviles tenga una base biológica ", dijo James Rubin, de la Unidad, quien dirigió la investigación. "Esto está en consonancia con los resultados de la mayoría de pruebas en anteriores estudios sobre sensibilidad electromagnética - que no hay ninguna diferencia en la gravedad de los síntomas provocados por la exposición activa a los campos electromagnéticos o la exposición a un placebo.

Pero si un campo electromagnético no causa los síntomas, ¿qué lo hace? El Dr. Rubin
piensa que los problemas pueden ser el resultado de un 'fenómeno nocebo' - un efecto negativo causado por la sugestión o creencia de que algo es perjudicial. "Los factores psicológicos pueden desempeñar una parte ", dijo.
Otra explicación es que las enfermedades crónicas u otro problema de salud podría provocan los síntomas. Un estudio llevado a cabo por la Unidad comparó la salud de 71 personas que informaron sobre la sensibilidad a la telefonía móvil y la salud de 60 personas que no tuvieron problemas. Diecinueve de los sensibles a las señales de telefonía móvil también tenían síntomas que se disparaban en presencia de otros campos electromagnéticos. Los que manifestaron la mayor electrosensibilidad también experimentaron más casos de depresión y peor salud general, y fueron más propensos a preocuparse por cosas como la comida contaminada.

16 de marzo de 2010

Los hados eran propicios. El Universo se organizó de forma coelhiana para cumplir mis sueños, sin duda porque los había deseado mucho. Para luego ir burlándose de Coelho por ahí. No pensaba yo que tan pronto, tan cerca y a tan buena hora con tanta disponibilidad iba a poder saludar de nuevo al Arturín y comentarle, como quien no quiere la cosa, el temita de la famosa patente, ejeeeeem.

El Arturín presentaba su nuevo novelón (por ambición y dimensiones) en Madrid y yo no tenía excusa para no ir a que me lo firmara y a intercambiar cuatro palabras con él, salvo la vergüenza. Tras mucho pensar sobre si dejaba pasar la ocasión o me enfrentaba a mi destino, decidí esto último más que nada porque si dejaba pasar la ocasión iban a bajar los dioses del metal a por idiota. Más que nada porque el Arturín es animal madriguero y cuesta un poco verlo pasearse, no es amigo de promociones y fiestas.


Así que allá que me fui, arreglá pero informal, me compré el nuevo libro para la ocasión y dos horas antes del evento me puse a hacer cola, porque no era la única friki cagaprisas que no quería quedarme fuera por problemas de aforo. Y madre mía, la cola que se creó se perdía en el horizonte. Público heterogéneo en edad, fenotipo y sexo, desde gafapastas de los que tienen libros no por decoración, señoras mayores plastas que no se sabía si es que se habían confundido y pensaban que se iban a repartir canapés gratis, hasta estudiantes de química maduros y centrados que le hacen a una reconciliarse con el género humano y pensar que no toda la juventud de hoy en día está abocada a las borracheras de fin de semana (ainsss por qué siempre me toca a mí estar con el peor ganao y no con gente así...).


El acto se celebraba en un teatro y se llenó hasta el tercer anfiteatro, pero cupo todo el mundo. Javier Marías, Juan Marsé, Agustín Díaz Yanes y demás amigos intelectuales del panorama cultureta estaban por allí. El lugar del evento era cuco y adecuado, con una puesta en escena acertada (dos sillones, una mesa con copas y rosas, una proyección al fondo)…Una cosa currada. La anterior presentación a la que asistí (sin premeditación porque me enteré horas antes, y le tuve que dar a firmar al señor una hojita de una agenda cuando tenía el libro en casa) se celebró en el salón de actos apolillado de una facultad con problemas de liquidez y parecía otra cosa.

Tras una presentación por parte de Alfaguara, el actor Ginés García Millán leyó algunos fragmentos de la obra, y tras él, envuelto en aplausos, apareció el Arturín , acompañado de Juan Ramón Lucas.


Cuánta simpatía, cuánta elegancia, cuánto savoir faire; el Arturín tenía cara de estar de muy buen humor. ¿Sabíais que fue jefe de Ramón Lucas durante una semana cuando éste inició su carrera profesional? Ambos se enzarzaron en una entrevista buenrollista de colegueo sin desvelar mucho de la trama del libro…A estas cosas no se va para que te cuenten cosas nuevas, porque te limitas a escuchar lo que el autor dice en todas las entrevistas, casi parafraseándose a sí mismo…Pero si te gusta la filosofía del autor, le podrías escuchar etérnamente incluso cuando repite los chistes.

La frase para el titular que soltó y que fue muy celebrada fue algo así como “no hay educación en un país sin pasar por la guillotina”, en referencia a que en Francia e Inglaterra hizo falta que rodaran algunas cabezas de reyes, curas y aristócratas para el país entrara en una sana espiral de progreso cultural y civismo…Algo que pudo suceder en España y que le hubiera venido muy bien hace una par de siglos pero no sucedió, y así nos va…(se tiene que aclarar que de poco sirve la guillotina ya con la monarquía actual, claro, el mal ya está hecho).


Collar de perlas revertianas: pues que el español promedio de hace siglos era paleto e inculto porque no le dejaron ser otra cosa, y que es peor la ignorancia actual, porque es solucionable y sin embargo, la gente no aprovecha la información que tiene a su alcance. Que hay buenos vasallos en manos de malos señores. Que el Cádiz de 1812 pudo ser un foco idóneo de contaminación de progreso, modernidad y cultura para el resto de España y eso se dejó perder, y la modernidad fue engullina por la caspa y la mugre del resto del territorio. Con recadito incluído a Rouco Varela como reencarnación de los curas carcamales tétricos (sic?) de antaño.


Pero no hubo muchas quejas ni amarguras. Pudimos disfrutar del Reverte más señorial, al que se le pueden criticar muchas cosas en sus novelas pero al menos se nota que se esfuerza y se toma en serio, con pundonor y vergüenza torera, su responsabilidad como Académico de la Lengua. Luchando cada coma y relamiendo cada frase, sufriendo por perfeccionar su obra.

Suya fue la propuesta histórica de celebrar una asamblea en casa del Delibes enfermo pues su ausencia venía siendo larga, pero la familia se opuso y finalmente el último gran clásico murió.


El ambiente fue distendido, ameno y rico en chistes. Reverte bromeó cuando descubrió las caras en el tercer anfiteatro e interrumpió al Lucas: “Eh! ¡Ahí hay gente!” Y estuvo saludando. ¿Qué se habría tomado? Todo el mundo suele tener en mente al Reverte agrio con cara de perro. Tras mirar varias veces el reloj zanjó un poco bruscamente la conversación y se enfrentó a la cola de 200 o 300 personas que querían que le firmaran el libro.


Yo estuve rápida y sólo me tocó esperar un ratín. ¡Qué amable, contento y amigable estaba con todo el mundo! Por fín tocó el momento de subir al escenario, esta vez con muchas más tablas y menos nerviosismo que la primera vez (es que pasar un tribunal de tesis y bailar la danza del vientre sobre un escenario asienta mucho el espíritu). Le dí mi enhorabuena al Arturín, que es todo un gentleman y tiene modales exquisitos. Me agradeció con gran sonrisa y me preguntó lo mismo que la otra vez, que sin con H o sin H mi nombre. XD

Ainss, hombre de mundo. En “El asedio” me firmó “de su amigo Arturo".

Y cuando le comenté que fui la lectora que le escribió la carta sobre el mensaje cultural en el heavy metal y que me hizo ilusión puso ojos como platos, se sorprendió con cara de acordarse perfectamente y sin necesidad de decirle mucho más aclaró para disculparse que muchísimas de las patentes están basadas en cartas de los lectores pero que no tiene espacio para comentar en detalle la filiación de quien la inspira. No era lugar para pincharle más ni pedir disculpas. Preguntó que si esa patente estaba incluída en “Cuando éramos honrados mercenarios” y yo le dije que claro, aunque los compraba todos. Ese libro me firmó “A Tal, que también está en este libro. Un abrazo Arturo” con su letra casi ilegible de palotes y pies larguísimos, muy de intelectual. Nos dimos dos besos, le deseé éxito y me sonrió un gracias. Y ya me fui en mi nube más feliz que una perdiz, con el alma revuelta pero poco y con aguas limpias.
Ahora tengo más de 700 páginas por delante que disfrutar y de momento me está gustando pues veo el arte de Alatriste en una trama que avanza sosegada y firme.

Eso es un hombre.

7 de marzo de 2010

It's a cold, cold world

En el planeta de donde vengo, la responsabilidad de que un recién llegado a un sitio se encuentre a gusto y cómodo recae en el anfitrión.

Si vosotros visitárais la casa de un conocido por primera vez y esa persona nada más entrar se sentara en el sofá y cogiera el mando de la tele, poniéndose a ver un programa sin haceros el menor caso, ¿qué pensaríais? Pues cuando menos pensaríais que esa persona es una grosera y una borde, que carece de un mínimo de modales y que os ha hecho vivir una situación incómoda. Seguramente os cabrearíais, tomaríais la decisión de no volver jamás o le seguiríais el juego y os quedaríais callados con cara de circunstancias.
No hace falta ser la Preysler para saber que cuando traes invitados a casa, salvo en casos de extremísima familiaridad, tienes que tener una buena cantidad de gestos corteses con ellos: llevarles el bolso y el abrigo a algún sitio, enseñarles la casa, enseñarles dónde está el baño, ofrecerles una bebida, dejarles el mejor sitio para sentarse, preguntarles cosas corteses para que se sientan cómodos, no obligarles a comer la comida que no les guste...Un buen anfitrión es el que es capaz de todas esas cortesías sin parecer hipócrita ni forzado, si no naturalmente amable.


De la misma manera, cuando vas con alguien y te encuentras con alguien conocido para tí pero no para tu pareja, las normas básicas de educación en todos los países indican que has de ser tú el que presente a los dos desconocidos, para romper el hielo. De hecho, si se quiere sacar buena nota como "presentador en sociedad" no sólo basta con decir el nombre de las personas si no que es de agradecer algún dato más que permita, en caso de que los recién presentados se queden solos y tengan que iniciar una conversación de circunstancias, ponérselo más fácil. Cosas del estilo: "Este es Manolito, que trabaja en Microsoft" (cuando se le presenta a un informático), "Esta es Pepita, que es friki de Manowar igual que tú" (para ayudar a que caiga inmediatamente simpática al manowarero interlocutor). Casi nadie hace esto último, pero si tenéis la buena idea de leeros un tratado de buenas maneras (sobre todo anglosajón) os daréis cuenta de que no son paranoias mías y que estoy en lo cierto, y que hay que dar facilidades para que la gente recién conocida pueda romper el hielo teniendo una chispa inicial con la cual encender el fuego de una conversación. De lo contrario se corre el riesgo de que dos tímidos coincidan, con el inevitable fracaso, o que un torpe ofenda a un sensible, o que un cortado tenga que aguantar a un plasta que no tienen en cuenta los intereses de la otra persona, etc.

Pero es que las normas sociales implícitas van más allá. Las personas bien nacidas no se ponen a hablar de cine delante de un ciego, no le ponen un plato de pizza delante a un celíaco, no se burlan de la gordura delante de un obeso y no hablan maravillas de la Espe delante de un progre. No es hipocresía, es educación: es tan sencillo como reservar esos temas de conversación para un rato más adecuado y con unos interlocutores más apropiados. Cortesía, se llama. En general los tratados de buenas maneras instan a evitar la religión, la política y el sexo en la mesa para no dar lugar a indigestiones y riñas.

Con la familia política ídem. No es que haya que ponerse traje y corbata cuando entra en casa la nuera o el yerno de turno, ni sacar la vajilla de plata. Pero hay que tener con el invitado unas normas corteses de simple respeto, como no obligarle a comer más de lo que desea, respetar sus ascos a ciertos ingredientes y permitirle, sin que parezca un tercer grado, que exponga algunas cosas de la vida, cómo en qué trabaja, qué tipo de música le gusta, qué bonita es la camisa que lleva. Cortesías, vaya, porque en el futuro ya habrá confianza para decir "vaya zapatos raritos llevas" o "pues yo no estoy nada de acuerdo con las corridas de toros, Cayetano".

Cuando una persona es extraordinariamente atenta y considerada, además, respeta la idiosincrasia de la gente que la rodea. Ayuda al tímido a participar en las conversaciones, simplemente llevando la conversación hacia un tema en el que él pueda meter baza, para que no quede sumido en un denso silencio. No entra en discusiones polémicas para no asustar al sensible ni toca temas que puedan violentar a una persona con inquietudes particulares, como un vegano o un ultracatólico. Eso no significa que hay que forzar a la hablar a la otra persona, porque nada peor que oir decir "Pues a Manolito le caen genial los negros" cuando estás intentando pasar cortésmente desapercibido en una mesa llena de miembros de Fuerza Nueva. A veces cuando alguien no habla es por desinterés, por discreción o porque está de mal humor y puedes meter la pata hasta el fondo si le obligas a tocar ciertos temas que esa persona está deseando evitar.
La cortesía es todo un arte, pero se basa en 99% de respeto y un 1% de protocolo social.

Estas normas tan sencillas para gente que se acaba de conocer se extienden también en el trabajo. No basta con presentar al nuevo a todo el mundo. Hay que entender que el pobre novato, aparte de sentirse torpe y descolocado, perdido y aturullado como vaca sin cencerro, será incapaz de acordarse del nombre de todo el mundo y, a no ser que tenga muchos dones sociales, le costará iniciar conversaciones con la gente. Si la gente del trabajo es amable y cortés, se lo pondrá fácil hasta que surja la necesaria confianza. Cuando alguien es nuevo es facilísimo. Le puedes preguntar que de dónde viene, dónde ha trabajado antes, qué le parece su nuevo sitio, qué tal se siente tras la nueva semana. Cuando alguien es nuevo hay muchas cosas de su vida en las que interesarse o descubrir, y no hay que esperar a que la otra persona sea un egocéntrico verborreico que vomite de nuevas a primeras todos los detalles de su vida.

Pero eso sólo ocurre en mi planeta. En la Tierra muy raramente me he topado con gente así de cortés. Sólo he encontrado bordes, torpes, descorteses y metepatas. Y en el trabajo, gente que por tu espalda te critica porque no hablas cuando ellos no se han molestado en cruzar ni una frase contigo. Gente que malmete en tu contra mintiendo sobre que no dices buenos días en el pasillo cuando tú te sientes rodeada de sordos, gente que se indigna si no conversas con ellos como si tu fueras un payaso con la obligación de entretenerles, cuando ellos tampoco mueven un dedo en conversar contigo, siendo tú el nuevo. Faltas de respeto constantes hacia tu personalidad, prejuicios, y sobretodo, críticas y rumores malintencionados que te crean mala reputación, sin que nadie, nunca, te tienda la mano de forma sincera.

Vaya puta mierda de planeta hostil que tenéis, creo que prefiero seguir siendo extraterrestre.
Vais de simpáticos e integrados, pero sois una panda de bordes y groseros hijosdeputa. Ni se os ocurra darme lecciones de modales porque en realidad dais asco.

3 de marzo de 2010

Por si os duele a menudo la cabeza por todo

Aparte de considerarme apartada en cuanto a gustos e inquietudes de la mayoría de personas que conozco, salvo unos cuantos imprescindibles amigos, y sobre todo de las mujeres de cualquier generación, no deja de sorprenderme que tengo mejor salud que la mayoría de mujeres de mi edad que me rodean.

Por ejemplo, en el trabajo, soy la única de 10 mujeres que no tiene jamás jaquecas ni migrañas. Me callo mis achaques y presumo de que nadie se entera cuándo me ha bajado la regla. Francamente, no hago un mundo de lo que me pasa y lo me duele me lo aguanto. Constantemente mis compañeras parlotean sobre sus idas y venidas a distintos médicos, su amplia farmacopea, todos los remedios que se toman y sus múltiples preocupaciones de salud. Toman ibuprofenos como si fueran gominolas. Curiosamente se quejan del ruido cuando les duele la cabeza cuando a ellas les tendrían que poner una multa por contaminación acústica a diario, de tanto que parlotean.

Por eso celebro haberme topado en la red con el blog de un neurólogo especialista en migraña que tiene un enfoque novedoso. En vez de hinchar a sus pacientes migrañosos con analgésicos cada vez más potentes y de animarles a que huyan de todo lo que les provoca los ataques (luces, ruidos, viajes, alimentos especiales…), tiene la teoría de que el dolor migrañoso es la salida de olla de un cerebro hipocondríaco, malcriado y amariconao por la sociedad y la cultura en la que vivimos, que ve peligro físico en cosas cotidianas absurdas y que la solución es no vivir sometido a sus arbitrarios designios si no echarle un pulso y convencerse de que tal peligro no existe, para que poco a poco el cerebro vaya acostumbrándose a que ese peligro que advierte no es tal, y deje de interpretar la exposición a lo que sea como una amenaza y se ponga en alerta mandándonos mensajes dolorosos.

Es equivalente al amariconamiento del sistema inmunitario que puede provocar alergias a cualquier cosa que objetivamente no tendría por qué hacernos daño: pelos de gato, melocotones…Pero con una importante diferencia. Mientras que echarle cojones al asunto y exponerse al alérgeno nos puede provocar la muerte y no hay que tomárselo a broma, el cerebro migrañoso no nos va a matar porque no le obedezcamos y no huyamos de todas las luces, del chocolate o la cafeína. Tenemos que domar a nuestra mente. Sólo puede haber un jefe, y lamente es un jefe muy malo y agobiante.

El blog es interesantísimo aunque las entradas no dejan de repetir la misma filosofía una y otra vez. Os pego algunos párrafos que resumen bien su punto de vista:

El dolor es una percepción proyectada por el cerebro hacia la pantalla consciente para expresar una evaluación de amenaza necrótica consumada, inminente o simplemente como probabilidad.

Si el cerebro estuviera dotado de superpoderes predictivos haríamos bien en someternos a sus propuestas perceptivas pero no es así. El cerebro en temas de seguridad interna es catastrofista, hipocondríaco, alarmista ... y absolutamente despiadado e indiferente respecto a lo que pueda hacer sufrir al individuo al activar sus miedos somáticos.

(…)

Cuando el cerebro ve peligro en los fines de semana, los viajes, el chocolate, el vino tinto, los cambios hormonales, la comida china o las zanahorias... podemos y debemos hacer un corte de mangas y objetar desde la consciencia, desde el conocimiento, ya que la propuesta perceptiva cerebral del dolor para que nos quedemos en el cuarto oscuro, vomitando... es absurda.

Si obedecemos al cerebro migrañoso estamos perdidos.

(…)

Colabore con su sistema inmune. No tiene opción de desobedecer. Le va en ello la vida.

Objete y desobedezca a su cerebro. Le va en ello su libertad.

(...)

El cerebro occidental es un cerebro alarmista, criado en el "todo puede doler", desde el chocolate al viento Sur, y en el "tenemos solución para todo, consulte a su médico".

El cerebro del padeciente occidental enciende las alarmas en la cabeza por mandato de la cultura que le ha criado y espera que el padeciente obedezca los mismos dictados: no coma chocolate, no se implique tanto en ese trabajo que en el fondo ¡le gusta! o que se quede en casa si sale viento Sur. Por supuesto: si duele... debe tomarse "el calmante": la molécula mágica que elimina el peligro necrótico, las infecciones meníngeas, las roturas arteriales, las inflamaciones y cualquier otro incidente de muerte violenta en el interior del cráneo.

El cerebro occidentalizado se desespera si a pesar de los calmantes y la vida monacal el dolor sigue ahí. Deduce que algo no anda bien dentro de la mollera y que hay alerta roja, con previsión de alguna catástrofe. De ese pánico surge el dolor extremo, las nauseas, la intolerancia a los estímulos del exterior, de la vida corriente.

El cerebro occidental se viene abajo si el dolor de cabeza no se disuelve con el an-algésico. Pide otras soluciones, nuevos remedios. El mercado investiga sin desmayo la novedad. Debe aprobarse por los guardianes de la eficacia científicamente demostrada y ser amortizable. Quien consiga un producto nuevo con el label de la Oficina del "Nihil obstat, recetatur" habrá dado con la gallina de los huevos de oro. Los neurólogos recuperarán el sosiego perdido por la falta de nuevos fármacos y se afanarán en recetar el "ha salido una cosa nueva..." después de oír las prédicas de los líderes de opinión en un suntuoso y pomposo Congreso de diez mil expertos en una ciudad a diez mil kilómetros de la propia.



Etc. Aparte de este blog, que recomiendo leer concienzudamente de arriba abajo, recientemente ha aparecido en otro blog médico que sigo mucho una queja sobre la imagen que se tiene de la mujer desde la industria farmacéutica.

Y es que las que más se preocupan de su salud y la salud de toda la familia, las que transmiten oralmente la cultura "saludable" a los hijos, la que enseñan con sus actitudes cómo responder al dolor y las vicisitudes físicas de la vida, son las mujeres (y madres). Y las mujeres de ahora no son como nuestras abuelas, que dejaban el azadón para irse a parir a su casa como quien no quiere la cosa, se abanicaban cuando les daba un sofoco menopáusico sin darle muchas más vueltas, no tenían una mala dermatitis pese a dedicarse a limpiar pocilgas, si les dolía la tripa cenaban caldo, no pisaban un hospital salvo cuando iban a morirse y si un hijo lloraba porque se hacía sangre en la rodilla, le daban un par de hostias para que se callara.


La esencia de la feminidad actual, criada a los pechos de los catálogos que pretenden hacernos pasar por revistas, las series de pijas y las madres modernas y “atacás”, reside a hincharse a ibuprofenos en cuantito te viene la regla (cosa que anunciarás a bombo y platillo porque se trata de parecer moderna y de no considerar que la regla es un tabú), tomarse una aspirina al menor dolor de cabeza (y sucede a menudo), y parlotear amistosamente sobre todos tus dolorcillos, achaques, herpes, problemas de piel seca, contracturas musculares y cansancios varios que te impiden ir a trabajar, al menos una vez al mes. No exagero, mujeres así existen y las aguanto a diario. Felices neuróticas a las que la industria farmacéutica ya ha convencido de que la menopausia es un preocupante trastorno que debe combatirse con terapia hormonal sustitutiva y varios fármacos porque de lo contrario no hay quien la soporte y es un sinvivir. Que se atiborran de medicamentos para combatir cualquier dolor y que atribuyen a los químicos modernos la cantidad de dermatitis atópicas, asmas, psoriasis y jaquecas que padecen. Además extienden sus preocupaciones y angustias a la salud de sus hijos, que ya no juegan con perros no vaya a ser que les laman en la boca ni corren en el campo por si se dan una hostia y vuelven sangrando.

A mí esta clase de mujeres me cae muy mal, me alejo cuanto puedo y en casos extremos me pongo el ipod para no ir su cháchara neurotizante sobre esos achaques que tan unidas les hace sentir. Por eso no les voy a recomendar el blog de Arturo Goicoechea: en el fondo creo que se merecen todas sus migrañas y dolores de cabeza, y trabajo mejor cuando ellas periódicamente se quedan en su casa de baja, ya sea por la regla o por la jaqueca. Sin tanto parloteo la verdad es que aumenta la productividad un montón y se trabaja más concentrado y tranquilo. Así que las deseo una pésima salud de hierro, y que las aguante sus costillos, esos santos.

Yo siempre he visto que mi madre tampoco era en eso como las otras madres. Cuando yo era pequeña, mis amiguitos tenían un amplio historial de medicación y urgencias, porque sus madres eran de los que les llevaban corriendo al médico en cuanto tenían gripe o fiebre. Cualquier corte requería supervisión, antibióticos y puntos, para que la madre neurótica se quedara tranquila. A mí en cambio me costaba Dios y ayuda convencer a mi madre de que me pusiera una puta tirita en un corte o una gasa en una quemadura. La mercromina (o el yodo) era un desperdicio, sale más barato limpiarse las heridas con jabón (aun antes de que la biblioteca Cochrane ya dejara claro que el jabón es más que suficiente). Un golpazo tremebundo provocado por una caída que te cagas desde un columpio o una silla se solucionaba con una bolsa de hielo en el chichonazo y no requería ningún TAC. La fiebre se remediaba con un vasito de leche y a dormir. La mucosidad espesa, poniendo gotas de agua templada con sal en la nariz y aspirando (mi madre, que es más bruta que un arao, calentaba mucho el agua y me la ponía ardiendo, así que se remedio era una tortura). Cuando me dolía la tripa, mi madre decía “eso yendo al cole se te quita”, así que no había motivo ninguno para estar de baja nunca. No dejaba espacio para la “cuentitis infantil”. No era de las que chillaba angustiada si me metía un puñado de tierra en la boca ni se consideró mala madre cuando me dio una hepatitis. Cuando un médico la recomendó que me apuntara a natación para evitar que la escoliosis fuera a peor, ella hizo caso omiso. Sólo se preocupaba de las enfermedades realmente importantes, y de esas hay muy poquitas.

En fin, que no me extraña que con ese bagaje educacional y cultural yo haya salido tan poco achacosa, desconfiada de los médicos y reacia a la medicación salvo en casos puntuales. La información que tengo de sus malos hábitos y escaso rigor científico han hecho el resto. La independencia de criterio y el desdén hacia lo que veo a mi alrededor también contribuyen la tira.

Por eso las teorías de Goicoichea no me parecen extravagantes. Contracorriente sí, porque el mundo da asco, la peña está amariconada perdida y echada a perder y no hay nada que hacer con tanta gentuza, es predicar en el desierto, pero creo a pies juntillas en sus exposiciones y creo que mucho (y sobre todo mucha hipocondríaca) lo que necesita son unas vacaciones en la selva comiendo bichos, sin lavarse y sin farmacias cerca. Y sobre todo, sin otras mujeres alrededor que la hagan sentirse normal e integrada cuando en realidad es una quejica que no aguanta nada y debería ser una marginada social, por plasta, inútil, contaminadora y cansina.

Que la fibromialgia, la fatiga crónica, y el síndrome de intolerancia química múltiple, pese a quien pese, cada vez tengan más puntos para ser consideradas enfermedades psicosomáticas, va también en la misma línea.

Que conste que ni Goicoechea ni yo menospreciamos las migrañas; simplemente venimos a decir que ni la gente ni los médicos las están atribuyendo a las causas correctas, y que la solución que tienen es otra. Y que no somos si no víctimas en el mundo en el que vivimos, solo que unos con más lucidez que otros.